El “hambre emocional” es un término que últimamente viene sonando mucho en redes sociales y es que hemos podido corroborar con evidencia científica que este concepto existe y que se trata de un puente entre nuestras emociones y nuestra fisiología.

Corrientes reduccionistas afirman que la alimentación no es más que un balance entre las calorías que necesitamos y las que ingerimos y que el sobrepeso o la obesidad es sólo un desequilibrio en esta sencilla ecuación, pero… ¿Es acaso el ser humano un animal que se limita a responder a sus instintos?

No, por supuesto que no. No sólo hemos perdido capacidades instintivas con el desarrollo cultural sino que hemos evolucionado convirtiéndonos en seres emocionales, que experimentan dichas emociones de distintas formas cada día. Y una de esas formas de experimentar las emociones viene de la mano de uno de nuestros instintos de supervivencia más primarios; EL HAMBRE.

El hambre emocional es un tipo de hambre que no responde a un desequilibrio nutricional sino a un desequilibrio emocional. Este tipo de hambre se vincula a sensaciones que despiertan la apetencia por alimentos muy concretos.

Imaginemos que llevamos varias horas sin comer y experimentamos hambre fisiológico. El hambre fisiológico es una sensación que va aumentando de forma progresiva y a la que podemos responder con cualquier alimento. El hambre emocional, por su parte, aparece de repente de forma aguda y es una sensación a la que normalmente queremos responder con un alimento específico. Existe toda una ciencia alrededor de esto que vincula alimentos concretos a cada emoción.

El hambre emocional puede aparecer cuando nos sentimos enfadados, tristes, aburridos , nostálgicos, felices o arrepentidos. La pizza se vincula con la emoción de disfrute, la leche con galletas con la preocupación y las palomitas y chuches con el aburrimiento.

Digamos que sentimos la necesidad de responder a esas emociones con comida creyendo que de esta manera podremos gestionarlas. Sin embargo intentar llenar un vacío que no está en el estómago con comida, puede tener consecuencias muy negativas en nuestras vidas.

Nos puede conducir a tener una mala relación con nuestra alimentación casi crónica que a su vez se puede reflejar en problemas de peso que a la larga desencadenarán patologías metabólicas que verán comprometida nuestra salud y calidad de vida.

Por ello, la mejor forma de combatirla es identificarla y saber gestionarla con mano izquierda.

Somos seres culturales, lo de animales ya quedó un poco desfasado, por lo que debemos aceptar que estamos expuestos a muchos factores que pueden hacernos experimentar sentimientos encontrados. Esto no es raro, negativo ni problemático. Es sólo consecuencia de vivir en sociedad y un intento de adaptación. Negar las emociones no es una buena opción; es mucho mejor reconocerlas, escucharlas y aceptarlas para que no nos hagan daño.

Mi recomendación para cuando experimentemos hambre emocional es la siguiente:

Tomar conciencia de que la estamos experimentando. Identificarla: Una buena forma es anotándolo en un diario o en el móvil. Sería algo como… “Estoy preocupada por algo que siento que no he hecho bien y tengo muchísimas ganas de comerme unas galletas con chocolate.”

Intentar solventar el problema de raíz si es posible: “He mentido a alguien y mi mentira puede ser descubierta.” “Hablo con esa persona, le explico mi motivación para mentirle . Por ejemplo; estaba preocupada por tu reacción al saber la verdad, no quería herirte o tenía miedo de que me rechazaras al saber la verdad.” De esta manera la sensación de alivio será instantánea.

Si no puedo solucionar el problema o aún haciéndolo el hambre emocional persiste, intento focalizar mi atención en otra actividad; como dar un paseo o ver una serie que me guste.

Si aún así, sigo con una necesidad imperiosa de comerme esas galletas, busco una receta saludable, me doy el paseito a comprar los ingredientes, y las preparo yo misma con un buen hilo musical.

Esta sería en mi opinión, una gestión óptima ya que hemos encarado la emoción y la hemos aceptado mientras la gestionábamos en vez de ocultarla con comida ultraprocesada.

Si crees que el hambre emocional se te presenta con más frecuencia de lo normal lo mejor sería que consultaras con un terapeuta para que te guiase ante estas situaciones.

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